Algo se está cociendo y aumentan las críticas de los sanitarios en el Reino Unido. El director ejecutivo del The British Medical Journal se hace eco, en un editor choice, del malestar que embarga a la profesión médica en ese país.
Una vez que la vacunación de la población frente a la COVID-19 toma su ritmo, que aparecen datos muy positivos, que los fallecimientos están en franco descenso, que se apunta a la posibilidad de una tercera dosis (recuerdo) para agosto o septiembre, que algunos líderes políticos están recibiendo mensajes positivos de los medios de comunicación y que parece que repuntan en los sondeos, parece que lo peor, al menos en el Reino Unido, ha pasado, pero surge la pregunta: ¿hasta cuándo durarán esas placenteras sensaciones?
Lo que sucederá a continuación nadie lo puede conocer con exactitud, pero si el creciente malestar, las heridas y el agotamiento que padecen los profesionales sanitarios suponen alguna pista, parece que el problema se está macerando. Los servicios de salud ya estaban al borde del colapso y la moral estaba por los suelos y, ahora, los sanitarios tienen que enfrentarse con un acúmulo de casos de patologías por resolver, con pérdidas de moral y de salud mental, con problemas de falta de medios humanos, empeorados por el Brexit, con problemas con las pensiones, lo que profundizará en las inequidades en las minorías y con el desánimo al ver un presupuesto que desincentiva el gasto en los servicios públicos y que ignora los servicios sociales.
Un profundo sentido del deber, que les llevó a ser sanadores, ha sido el motor de los profesionales sanitarios para tratar de cumplir, con sangre, sudor y lágrimas, con las expectativas del cuidado de sus pacientes en un mundo de demanda ilimitada. Pero esa motivación se puso a prueba por vez primera con la crisis de los equipos de protección personal: el staff protegiéndose con bolsas de basura, arriesgando sus vidas, y el gobierno haciendo acopio de cosas inútiles fabricadas por firmas poco recomendables. Los países asiáticos y algunos de oriente medio respondieron mejor que el resto del mundo e, incluso, compartieron lo que habían aprendido de pandemias previas. No hubo secretismo, desde el control de fronteras a los equipos de protección personal, al equilibrio entre el control central y la provisión local y a la implantación de los test diagnósticos, del rastreo, de los aislamientos y de las estrategias de apoyo.
Y lo último de todo es la gran acusación a la política gubernamental del Reino Unido con tropiezos en todas las áreas por valor de 37.000 millones de libras esterlinas, ignorando la experiencia y los consejos. Ahora se empieza a comprender por qué los sanitarios, la mayoría mal pagados, no tienen tiempo para insinceros aplausos de aliento por parte de los ministros o para aplaudir el incremento salarial del 1% que simboliza cómo se valoran sus sacrificios.
¿Por cuánto tiempo se puede dar por descontada la buena voluntad de los profesionales de la salud? Algo está por venir y, probablemente, no es nada bueno.
Traducido y adaptado por José A. Navarro-Alonso M.D.
Pediatra. Comité Editorial A.E.V.