Interesante reflexión aparecida en Medscape Infectious Diseases acerca de la hipótesis que apuntaría a un “debilitamiento” del virus SARS-CoV-2 propuesta por el director de la clínica de enfermedades infecciosas del Hospital San Martino de Génova, Matteo Bassetti, que ha encontrado varios apoyos entre sus colegas.
A diferencia de lo que observaron en los meses de marzo y abril, cuando los pacientes llegaban a urgencias en muy mal estado, con síndrome de distress respiratorio agudo, fallo multiorgánico y fallecimiento en dos o tres días, el cuadro clínico de los que consultan desde hace cuatro o cinco semanas es totalmente distinto, incluso en pacientes ancianos. Manifiesta, además, que en breve presentará pruebas que corroborarían sus sospechas y ha citado estudios en marcha en Milán y Brescia que muestran que los pacientes tienen menor carga vírica.
En clara oposición se manifiestan los oficiales de salud pública de su país y la Organización Mundial de la Salud (OMS), aludiendo que no hay ninguna evidencia que avale esa hipótesis. Es más, urgen a los sanitarios y la población a continuar considerando al virus como extremadamente grave.
Ahondando en lo anterior y en la diaria rueda de prensa de la OMS, la Dra Maria Van Kerkhove, líder del equipo técnico de la COVID-19, ha indicado que los análisis genómicos realizados hasta ahora no han identificado ningún cambio en el virus que sugiera un aumento de la transmisibilidad o de la gravedad. Remarcó que la complacencia o la fatiga de la población tras las medidas de distanciamiento físico podrían contribuir a un aumento de la transmisión.
Por lo tanto, la pregunta que surge es: ¿puede debilitarse un virus?
Marc Cameron, profesor asociado de la Case Western Reserve University School of Medicine, apunta a una de las “reglas de oro” de la virología. Los virus que circulan en la comunidad, para subsistir, cambian y mutan. Un virus lo suficientemente letal que mate a todos sus hospedadores morirá cuando muera el último humano, mientras que uno atenuado puede seguir viajando de persona a persona. El virus está interesado en su propia supervivencia y el SARS-CoV-2 ya ha encontrado su equilibrio perfecto. No obstante, hacen falta generaciones para que ocurran los suficientes cambios genéticos para que un virus se atenúe, lo que también es válido para el virus pandémico, y hasta ahora, el SARS-CoV-2 se está comportando como sus parientes, cambia lenta y sutilmente con el tiempo.
Ello no quiere decir que el virus no esté cambiando. Cuando unos investigadores de la State University de Arizona analizaron muestras de coronavirus recogidas de las fosas nasales, encontraron en una de ellas diferencias génicas mayores respecto a las otras. Sin embargo, desconocemos si esta variación específica va a resultar en una sintomatología más o menos grave. Con tantos infectados, una mutación en una única cepa es poco probable que cambie el curso del brote. La ausencia de importantes mutaciones que modifiquen la gravedad del cuadro clínico, no siempre son malas noticias; a diferencia del virus gripal, la estabilidad vírica es una aliada para el desarrollo de una vacuna.
El Dr Bassetti recalca que en ningún caso ha querido decir que el virus haya desaparecido, únicamente que se comporta de una manera distinta, por una combinación de factores: cambios biológicos del virus, éxito del confinamiento, distancia física, uso de mascarillas y del uso de tests y de cuidados médicos precoces. Como respuesta a las críticas de la OMS ha comentado: “esa Institución no atiende a enfermos y en nuestro hospital hemos atendido a más de 500 pacientes desde que comenzó la pandemia, y hemos comprobado una dramática reducción en la gravedad de la enfermedad”.
¿Habrá vacunas para finales de año?
En otra noticia aparecida en Medscape Infectious Diseases, un investigador especializado en vacunas del ejército de los Estados Unidos se ha planteado si era razonable pensar que a finales de este año podamos disponer de algunas vacunas frente al coronavirus. A ese respecto, el Secretario de Defensa prometió a mediados de mayo que el ejército y el gobierno del país, en colaboración con el sector privado, producirían una vacuna en cantidad suficiente como para vacunar a todos los americanos y a sus socios. Por otra parte, el director del Military Infectious Disease Research Program comentó en una sesión informativa del Pentágono que es razonable esperar que haya una vacuna antes de que acabe el año para administrar a población seleccionada.
Los investigadores del ejército trabajan conjuntamente con las compañías farmacéuticas AstraZeneca PLC, Johnson and Johnson, Moderna Inc. y Sanofi para desarrollar vacunas que podrían ensayarse en humanos a finales de verano.
Traducido y adaptado por José A. Navarro-Alonso M.D.
Pediatra. Comité Editorial A.E.V.
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